En un pequeño pueblo en lo alto de una montaña, y vigilado, a sus pies, por el mar que tanto da, Dreco descubrió el sentido de ciertas cosas.

Todas las tardes al volver del colegio ayudaba a sus padres y a su hermano mayor en las tareas de la casa. Un día, su hermano mayor le pidió que caminara hasta el pozo y llenara dos cubos de su agua, pues para que su plantación creciera con más brillo y color, ese agua era perfecta. – ¡¡Es solo agua!! -. dijo Dreco a modo de queja y pasotismo, y comenzó su camino. Dreco llenaba los cubos de agua del pozo y al llegar a su casa aparecían completamente vacíos.    – ¡¡No es posible!! -, se decía a sí mismo. Entonces se dio cuenta de que cada uno de los cubos tenía un pequeño agujero que hacía que el agua se perdiese por el camino. Sin embargo, su hermano mayor cada día le obligaba a realizar esa acción, y con los mismos cubos. Dreco siempre se enfadaba y entraba en cólera, pues pensaba que era tiempo perdido. Odiaba tener que obedecer ese mandato, cuando prefería juguetear en la orilla del mar, y contemplar la espuma de las olas que tan curiosa le parecía. Admiraba esa infinidad, y lo que emanaba gratuitamente. Pero no, cada tarde rompía su enfado con su hermano como si de una ola se tratase, sintiendo rechazo y desequilibrio hacia él.

Cuando pasaron cinco lunas gritó y juró a su hermano, que no volvería a realizar ese camino hasta el pozo, y este con voz dulce le dijo.- Haz la travesía sin los cubos y observa a tu alrededor mientras caminas-. De nuevo Dreco se enfadó, pero obedeció y lo hizo. Al volver del trayecto su hermano le pidió que le describiera qué había visto, pero Dreco no supo que contestar, así que volvió a la senda acompañado de su hermano. Este le relató:

«No has visto que gracias al agua de tus cubos rotos, en ambos lados del camino brotan las flores que antes yacían secas; no has visto que todos los días al pasar por cierto tramo una preciosa niña de voz dulce te regalaba su mejor saludo; no has visto como el sol te daba las buenas tardes al final de la montaña, ni tampoco percibiste como la ola más grande, de ese mar que tanto te gusta, rompía contra la pared de la montaña y sus gotas rozaban tus pies; ni siquiera la has oído. Solo has visto dos cubos vaciándose y un tiempo perdido».

Asombrado y pensativo, a partir de ese momento, Dreco paseó todas las tardes con dos cubos, pero sin agujero alguno. Fue entonces cuando durante su pequeño viaje, se paró y regó las flores del camino; fue entonces cuando conoció a la niña que le regalaba su dulce voz; fue entonces cuando observó el sol que tanto le hacía brillar y contempló la ola, deprisa, para terminar y apreciarla desde la orilla de la playa que tanto admiraba. El sentido de ciertas cosas, al igual que las olas, iban y venían según lo extraordinario que fuera su forma y su contenido, según el viento que cantase en ese momento. Así, las olas, sus olas y su espuma, siempre bailaban al son de cada diferente y única mirada.